

Me encontré una sirena en la rivera de un estero, la seguí de lejos y toda la vida la he sentido tan cerca, fue un instante que se me ha hecho tan eterno, fue tan efímero que no se si fue real o solo un sueño.
Me encontré una sirena en la rivera de un estero, la seguí de lejos y toda la vida la he sentido tan cerca, fue un instante que se me ha hecho tan eterno, fue tan efímero que no se si fue real o solo un sueño.
Esta noche mi alma vieja y sedienta
Busca por cada recóndito posible lugar
Un bello deposito con aires de prospecta
donde mi corazón cansado de pulsar pueda descansar
Como errante, maldito vagabundo
Deambulo sin paz ni tiempo seguro
Sabiendo que es corto mi tiempo en este mundo
El cielo me aplasta inmenso y pesado con un muro
Mi alma y corazón tiene arrugas tiene grietas
De viejas guerras cicatrices que aun lastiman
De pensarlo vivo de nuevo y quedan expuestas
mis carnes esperando nuevos amores que lo expriman
esto es el amor dijo el poeta
abrir el corazón y darlo sin temor o miedo alguno
que venga otra alma sedienta y de sorbo a sorbo se lo beba
y morir en seco sin sangre y feliz de no ser ayuno
esta es una milenaria maldicion de un vampiro
amar en vida para morirte poco a poco
o que te amen para que vivas en la eternidad un suspiro
hoy no me llaman vampiro… me dicen loco
Me invito a guarecernos a la sombra de un mezquite a la orilla de la carretera nos tomamos esa lata fresca de una soda de "Fanta", entre preguntas directas el hombre trato de evadirlas con cierto recelo y precaución me conto que llevaba 7 años viviendo debajo de ese árbol, el cual en temporada de calor es infernal y en invierno igualmente sufrible, así que mi curiosidad me llevo hacer una larga retahíla de preguntas y el hombre en cuestión de barba crecida, de indumentaria extravagante, con gorras sobrepuestas, igualmente lentes para el sol y a la vez de aumento me hacían no solo ver claramente a mis ojos no solo un hombre desaliñado y sucio, sino también un hombre culto, preparado, leído, intelectual con aire de filosofo no de esos que saben mucho, sino de los que han vivido mucho.
Hablaba 4 idiomas, medico de profesión, viajante por el mundo, lector empedernido, ávido interlocutor, inteligente, prudente y con esa sabiduría que solo te la da la vida en solitario.
Después de 45 minutos de platicas, preguntas y respuestas me pidió no tomarle fotos, el cual evidentemente no cumplí, esta imagen la tome sin su autorización, con mi cámara análoga Canon Z-1000 y ustedes como yo no podrán dejarme mentir que si les hubiera contado esta historia hubiera sido difícil imaginar a un personaje dándoles un descripción, por mas detallada que fuera.
El motivo de su exilio en el desierto, después de ser un eminente medico, catedrático, y exitoso conferencista, fue descubrir que su esposa le era infiel por muchos años de su mejor amigo y socio.
A manera de prólogo:
Emilse Valencia : Periodista Cultural
25 años creyéndose Jesse Gerardo
Erase un hombre abrazado a una guitarra,
erase de la guitarra el amante más fiel,
erase el amante que en su primera entrega firmó su epitafio:
“Aquí yace un loco que se creía Jesse Gerardo”.
En realidad, con dicho epitafio ató su sombra a Jesús Manuel López Gerardo, para no irse demasiado lejos de él o para regresar algún día por ella… Bien, pues ese día llegó con este poemario.
Se supone que con dicho ejemplar festeja sus 25 años como cantautor, pero en honor a la verdad, él ya nació Músico, Poeta y Loco hace 45 años; para muestra, la declaración con que abre página: “Antes de que se hiciera la luz en mi pupila, se hizo la poesía en mi corazón”.
En todo caso, el festejo es para quien ahora publica sus letras: Un loco trovador que lleva 25 años creyéndose Jesse Gerardo.
Es éste quien celebra prestarle voz pública a Jesús Manuel, un hombre que aún no sabe si es un poeta que le pone música a sus versos, o un músico que le da sentido poético a sus melodías… Y en esa bendita confusión -según confiesa- radica su locura.
Al bohemio abrazado a su guitarra, ese que casi todos conocen, no le hace falta presentación a estas alturas; en cambio, al hombre que sólo él conoce, a ese sí. Por ello, estas letras, más que prologar un libro firmado por Jesse Gerardo, intentan bocetar al auténtico Jesús Manuel que escribe la mayoría de los versos y prosas que pueblan esta obra… ¿Será que son separables?
Vale aclarar que hay unos cuantos poemas que aunque no llevaran firma ni aparecieran en estas páginas, se sabría que son suyos –no tanto de Jesús Manuel-, pues -como si se tratara de un código de barras- tienen implícita su genética, su cínica genética… Y es que Jesse es un delicioso cínico, tanto que él mismo poéticamente se cura en salud:
“Cínico YO ?... SI
Mentiroso YO ? ...NO
Hace tiempo decidí cambiar la una por la otra
y créeme que valió la pena
la mentira no se me da fácil...
y el cinismo fluye como sobre el pan la mantequilla…”
… Y no sólo se cura él solito, sino que antepone férrea armadura a posibles estocadas literarias, páginas más adelante:
“¿Quién dice que mis versos no llegan a poemas?... quien jura y perjura que esto no es un pinche poema, que me lo diga”.
O cuando le cuestiona a otros poetas:
“¿Quién tiene de la palabra amor el certificado de propiedad?”.
Luego de tan certero cuestionamiento, quién le podría rebatir que -con cinismo o no- escriba del amor así:
“Cuándo has visto un amor inteligente ?
si te digo que estoy enamorado... No lo dudes
me enamoro cada día de un día diferente
así que si te digo que te quiero
detente...
y piensa si es solo
que quiero tu cuerpo”.
Algunos, más que poemas son irónicas reflexiones en voz alta, como en “Inventario de una tertulia”, “Poeta vs Poeta” y “Sarmiento”, entre otros… Sí, en voz alta porque hasta parece que se escucha su estruendosa carcajada...
Pese a que el poemario se divide en tres apartados, cada uno en alusión al título del libro -Músico, Poeta y Loco-, en los tres -y sin pedirle permiso a Jesús Manuel- mete su pluma irreverente Jesse. De hecho, no hace falta que uno y otro delimiten sus espacios, porque por sí solo es notorio. Mientras que para uno “La Poesía es Dios”, para el otro “Vale Madres” que no lo quieran.
Uno le escribe a sus hijos y a las madres de estos, en el sagrado momento del alumbramiento… El otro admite festivo:
“La únicas cuerdas
que me gustan
son las
de mi guitarra”.
No es que sea propósito premeditado del autor un duelo entre el personaje y la persona, más bien es la lectura entre líneas la que denota cómo involuntariamente el espíritu de uno y el cuerpo del otro se enfrentan, de la misma forma que sus metáforas se confrontan con la lógica, o la gramática del poeta con su corrector de estilo.
Y es que ese insondable abismo entre uno y otro es sólo en apariencia. No hay tal divorcio como ellos quisieran o como -en todo caso- quisiéramos ver los lectores. Ambos son el único bohemio que prefiere una taza de buen café negro que un trago de tequila añejo, que no marea a sus musas con humaredas de cigarro, que no intenta componer el mundo, que casi lo acepta como es.
Después de la guitarra (su mujer), el mar (su casa) es la otra constante en este poemario. No sólo el de Puerto Peñasco - su actual hábitat-, sino el mar en toda su inmensidad sin nombre. En realidad, es parte del mar, lo asume, lo entiende, lo ama, quizá porque nació en paradisiaca playa -Mazatlán-, o porque las primeras caricias femeninas que recibió fueron las olas, o porque aprendiendo a pescar descubrió el arte de la conquista -el curricaneo-, o porque prefiere la sal de esas aguas que el de las lágrimas; quizá por todo eso su creación poética va íntimamente ligada a la brisa marina, a la arena, a la sal, al sol, a la luna y sus mareas… De tal forma que cuando dice “huele a maramor”, es él quien en realidad lleva ese aroma a donde quiera que va.
Y así, abrazado a la guitarra y a la brisa marina, lanza todos sus instrumentos musicales para crear una y mil cantatas en la espera del verdadero amor y es precisamente allí donde ocurre el mejor momento poético.
¿Que si advierten influencias de otros poetas? No sólo influencias, sino deliberados guiños en homenaje a Jaime Sabines, Mario Benedetti y el más cercano territorialmente: Abigael Bohórquez… Como ese “me encanta Dios” tan de Sabines, o esas respuestas sin preguntas de Benedetti, o la invención de palabras de Bohórquez, amén de su erotismo tan peculiar.
Y así, de pueblo en pueblo, de camión en camión, de poema en poema, de trova en trova, acompañado de grandes influencias y de su fiel guitarra, lleva ya 25 años… Y sigue tan Jesse Gerardo como aquel día que firmó su epitafio, pero a la vez más Jesús Manuel que nunca en este libro su primer libro.
Emilse Valencia
Hermosillo, Sonora
Agosto de 2013